¿Nacemos o nos hacemos demócratas? Esta es la cuestión. Si admitimos que se trata de una cuestión puramente genética, carece de sentido educar en valores y procedimientos cívico-democráticos. Pero si, por el contrario, consideramos que no es así, sino que la democracia es una entre las posibles formas de organizar la convivencia humana –la menos mala, que dijera W. Churchill-, entonces habremos de concluir que es imposible lograr una madurez democrática sin recurrir a la educación, única vía complementaria a la genética con que contamos los seres humanos.
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