Os dejo el siguiente texto del Catedrático de filosofía moderna y contemporánea de la Universidad de Málaga, el profesor Ignacio Falgueras Salinas:
"En definitiva, y según esta propuesta, aunque todo filosofar tiene en el fondo que ser realista, en el sentido de que siempre ha de admitir como referente último alguna realidad, no todo filosofar es realista en sentido estricto, y menos aún con un realismo trascendental. Desde el abandono del límite se pueden distinguir del realismo propiamente dicho: a) los objetivismos y b) los sujeto-objetivismos. Los objetivismos confunden lo real con lo presente al pensamiento, sea el ente parmenídeo, las ideas platónicas, la substancia de Espinosa, los posibles leibnicianos, el estructuralismo, la ciencia empírica, etc.. Lo único real para todos ellos es el objeto o los objetos. El objetivismo más bajo entre todos es el de los nominalistas para los cuales sólo es real el singular, que está presente de modo exclusivo en el conocimiento sensible. Ninguno de los objetivismos son auténticos realismos, porque confunden la realidad con las apariencias, bien sea intelectuales, bien sean sensibles. Por su parte, los sujeto-objetivismos subrayan el papel primordial de la conciencia en el conocimiento objetivo. Pero pueden hacerlo, bien (i) atribuyendo a la conciencia la construcción de toda la objetividad e identificándola con dicha totalidad, o no identificándola (idealismo absoluto de Hegel o idealismo historicista de Husserl), bien (ii) entendiendo que la unidad conciencia-objeto está gobernada desde la voluntad (voluntarismos). Los realismos propiamente dichos son los que ponen la realidad más allá y más acá del conocimiento objetivo, tanto intelectual como sensible-intelectual, y más allá de la conciencia objetiva, así como de la voluntad humana.
Sin embargo, el realismo más integral y acendrado es aquel que no confunde el entender con la presencia mental, de manera que puede establecer la primacía del ser, así como la del entender sobre el querer, sin eliminar a ninguno. La confusión de intelección y pensamiento (o conciencia objetiva) determina la imposibilidad para el entendimiento de alcanzar vigencia trascendental, en la medida en que es intrínsecamente limitado por la presencia objetiva. Pero esa confusión no sólo impide la trascendentalidad del entender, sino también la trascendentalidad del ser, pues el conocimiento objetivo excluye a ambos, al no admitir nada más acá ni más allá del objeto. Por último, cuando se cede a la mencionada confusión, el querer resulta sobrante respecto de lo pensado y desea la trascendencia, pero no puede vencer la resistencia del límite mental, por lo que se enreda en la objetividad, sin alcanzar a ser trascendente. Por el contrario, al abandonar el límite, la trascendentalidad de nuestro entender no es impedida de ejercerse y puede, entonces, entender el ser y el propio entender como trascendentales, dejando abierta la posibilidad de un querer trascendental, y atisbando, incluso más allá de ellos, la existencia de los trascendentales supremos.
La propuesta de L. Polo, y mía, es la del realismo trascendental, que es un realismo plural, no excluyente, según el cual: (i) el ser es primero que el entender, pero no está separado del entender, de manera que también el entender que entiende la primacía del ser es trascendental; (ii) asimismo, el entender es primero que el querer, pero no está separado del querer, sino que el querer que quiere según la primacía del ser y del entender también es trascendental. El realismo trascendental descubre no sólo la pluralidad de los trascendentales, sino su orden, así como la existencia de grados en la trascendentalidad, como queda reflejado en la (siempre mejorable) formulación propuesta: el ser es, el ser que es entiende o es entendido, el ser que entiende o es entendido quiere y/o es querido. Las cursivas aluden a los distintos grados de trascendentalidad antes referidos"
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