La vida de Baruch Spinoza es una de las más tristes en la historia de la filosofía. Un hombre que fue perseguido y marginado –por unos y otros–, que tuvo que dejar de lado la que era su auténtica vocación, la filosofía, para dedicarse a la labor de pulidor de lentes para poder sobrevivir. Tuvo la soledad y la enfermedad como compañeras durante buena parte de su vida, y todo ello por un único pecado: atreverse a pensar por sí mismo.
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