XXIII SEMINARIO DE LAS TRES CULTURAS
LA NATURALEZA Y LA CASA COMÚN EN PERSPECTIVA INTERCULTURAL E INTERRELIGIOSA
Roma, Italia
13-14 de octubre de 2022
En toda cultura, desde las primitivas surgidas en el paleolítico hasta las sociedades contemporáneas occidentales globalizadas, el ser humano ha debido adoptar una postura ante la naturaleza que le circunda y en la que habita. Esta relación se ha extendido no sólo al medio ambiente, sino que ha alcanzado al cosmos en su conjunto cuando los seres humanos han vivenciado el ciclo de las estaciones, las variaciones anuales de la luz solar, o han elaborado los calendarios que pautaban su vivir.
Además, el clima y el suelo, como señaló Montesquieu, y repitió Hegel, constituyen los primeros factores que determinan los modos de valorar y de apreciar, de actuar de los pueblos. Son elementos constitutivos de su modo de ser, de su personalidad idiosincrática, de sus modos de estar en el mundo o habitar; son también determinantes de algunas de sus ideales éticos, de sus instituciones jurídicas más características, y de sus estéticas y artes; y llegan incluso a suscitar modos peculiares de religación: cultos y plegarias. Se trata de una relación del ser humano con el espacio y la naturaleza concretos que le rodean, con sus climas y orografía particulares, con los paisajes que conforman el trasfondo de su existencia.
En las sociedades primitivas esta relación era sumamente inmediata; en las modernas y contemporáneas el conjunto de mediaciones jurídicas y económicas han alejado a los seres humanos de esa relación con la naturaleza concreta y particular en la que habitan, y que, como puso de relieve Tetsuro Watsuji, constituyen diversos horizontes de comprensión del ser.
Cabe abordar los retos ecológicos actuales desde una perspectiva tecnocrática y universalista, olvidando las diferentes sensibilidades culturales, pero como ha puesto de relieve recientemente Francisco «las soluciones no pueden llegar desde un único modo de interpretar y transformar la realidad. También es necesario acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad» (Laudato si § 63). Si la Tierra es una unidad patrimonial para el género humano en su conjunto, y se exige nuestra responsabilidad también para con las generaciones venideras, es preciso estudiar también el patrimonio que la humanidad ha heredado de sistemas culturales de valorar la naturaleza, de visiones de ella y de su relación con su fundamento. Es decir, la cultura ecológica, como nueva forma de relacionarse con la naturaleza, se da la mano con la ecología cultural (Ibidem § 143). De este rico patrimonio cultural cabe extraer muchas lecciones de diversos modos de percibir, conceptualizar, tratar, gestionar y relacionarse cultural o humanamente con la naturaleza. Se produce así un encuentro entre diversas cosmovisiones, códigos de conducta, instituciones y normas diversas, que lejos de colisionar permiten que «cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades» pueda colaborar al cuidado de nuestra casa común (Ibid. § 14).
Ello nos lleva a una comprensión de la naturaleza en su aspecto más envolvente, que va más allá, por tanto, de la naturaleza meramente «natural», y que convoca de modo inmediato al hombre mismo como un ser que forma directamente parte de esa naturaleza, a la vez que es capaz de humanizarla. Y en esa humanización despliega su propia naturaleza en un modo que apunta a su capacidad de habitabilidad y proyección de apertura, en una dialéctica que conjuga esos dos «elementos vivos», en expresión de Deleuze, que son «la casa y el universo» .
Hablar de la «casa común» asienta en la idea de «casa», en ese primer sentido de humanización de la naturaleza envolvente; y apunta a la vez, en ese carácter «común», a una necesaria interdisciplinariedad y diálogo que se haga cargo de las necesarias contribuciones de la diversidad de lo humano al hogar, a la vez que invita a la idea de comunidad, sólo posible por algo fundamental que nos hermana, la madre Tierra, expresión común a tantas y diferentes culturas, que ratifica nuestra peculiar naturaleza, «unitas multiplex», en palabras de Morin . Por ello, es urgente repensar en sus múltiples facetas la «raíz humana de la crisis ecológica» (Laudato si § 101).