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ENTREVISTA
Alejandro Rojas- Juan Antonio, me gustaría empezar
preguntándote por los habitantes de vuestra red de cavernas, los
cavernísofos. ¿Quiénes son y que
hace falta para ser cavernísofo?
Juan
A. Negrete- Bien: como parece inevitable para un cavernísofo,
tengo que darte una respuesta paradójica. Por una parte, nuestra red de
cavernas está habitada por una particular serie de personajes de varias
especies, a saber: los espectros cavernísofos de los grandes filósofos de la
Historia (Heráclito, Anaximandro, Protágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles,
Diógenes… y así hasta Nietzsche o Wittgenstein, por ejemplo); después, alumnos,
alumnas y profesor de cavernisofía y su red de pasadizos, conectados además con
los antros de nuestro amigo Víctor Bermúdez (Filosofía y Ciudadanía para
cavernícolas, en blogpspot); y, también, por todos aquellos que, desde
diferentes puntos del universo, nos visitáis y dejáis vuestro más o menos
locuaz o silencioso pero siempre luminífero rastro. Pero –he aquí el otro cuerno
de la respuesta-, en realidad no hay que hacer nada para ser cavernísofo; lo
que es más, es imposible dejar de serlo, al menos en vida, puesto que la
cavernisofía es la condición “natural” de todas las almas que, como cuenta el
Sócrates de Platón en el Fedón,
habitamos los diversos antros de la Tierra auténtica, comunicados por el fluido
universal de la consciencia y el lenguaje. Quien pretendiese negar ser
cavernísofo, estaría, por eso mismo, mostrando claramente que lo es. Un
cavernísofo es, en definitiva, quien cesa por un momento en su frenética faena
de solucionar los problemas que surgen en
la vida y se plantea radicalmente el problema de la vida. Y ¿quién puede o quiere privarse de eso? De modo que
nuestra bienvenida a Cavernisofía dice: “bienvenido a donde ya estás”. Así,
cavernisofía es un poco como todos los lugares cavernísofos e incluso todos los
seres: totalmente concreto y particular, pero, a la vez, universal y abierto a
todos. “Para todos y para nadie”, que dijo nuestro ilustre cavernísofo
Federico.
Además –esto es una
primicia- en breve estos pasadizos irrigarán también Radio 5 de Radio Nacional
de España, mediante un programa titulado “Diálogos en la caverna”, mucho de
cuyo material procede de nuestros blogs y los de Víctor Bermúdez.
AR.-
¡Excelente noticia! Lo cierto es que los diálogos que aparecen en vuestras
rutas son geniales y divertidos, y merecen tener ese espacio en la Radio
Nacional. Recrear diálogos entre Nietzsche y Kant, Platón y Nietzsche, Kant y
Platón… permite un acercamiento realmente simpático, ilustrativo, ameno y
diferente a la historia de la filosofía. Recuerdo con especial agrado el
fantástico pleito a la razón a propósito de la filosofía kantiana. Ofrecéis un
acercamiento distinto al que nos tienen acostumbrados otros espacios y ágoras
filosóficos. Por eso, aunque, como dices, todos seamos un poco cavernísofos,
hay algo fresco y diferente en vuestras rutas que hacen de vuestro mundo
cavernísofo algo muy especial. Permíteme reformular este comentario en forma de
pregunta: ¿qué dirías que hace a
cavernisofía un poco diferente a otros antros filosóficos?
JAN.-
Bueno,
aunque, como bien dices, todos los que nos dedicamos a esto con nuestras
ágoras, practicamos la misma espeleosofía, y nosotros nos sentimos a gusto en
todas ellas, quizás el rasgo más distintivo de cavernisofía sea, como indicas,
que nos entregamos al aspecto más lúdico y teatral del asunto, sin querer
perder, por ello, un ápice de “seriedad”, en el buen sentido de guardar el mayor
respeto por las ideas y sus autores. Es más, quizás así, dramatizándolas y
encarnándolos, les seamos más “fieles” que mediante el texto más aséptico. Ya
decía el profundo y loco cavernísofo Heráclito que el propio cosmos es el juego
de un niño; también nuestro patrón Platón (porque estas cavernas, lo
reconocemos, son bastante platónicas) recomienda educar jugando y él mismo no
hace más que jugar en sus diálogos y mitos; y la misma alma gemela de Platón,
Nietzsche (nuestro otro gran patrón) dijo que él solo creería en un dios que
supiese bailar. ¿Por qué? Bien: un juego es una actividad de la inteligencia
que tiene su fin en sí misma. Y eso precisamente creemos que hay que procurar
de la filosofía, y de la educación en general, que (a diferencia de la instrucción),
inmediatamente no sirven para nada, más que para intentar conocerse (o
desconocerse) a sí mismo y ser feliz en el propio acto de intentarlo; aunque,
después, y casi como sin quererlo, sirven para todo, o sea, para preguntárselo
críticamente todo. Hay que asumir que la cavernisofía es una locura respecto de
la normalidad normal, y que eso la hace tan imposible como necesaria.
AR.-
A
propósito de esos diálogos que recreas magistralmente recuperando con éxito el
estilo originario con el que se pone en escena por primera vez la filosofía en
acción, es decir recuperando el estilo de aquellos diálogos platónicos en los
que el protagonismo recaía sobre tesis que rivalizaban entre ellas y donde,
como nos recuerda Luciano de Samósata en sus Relatos verídicos, “el único ausente era Platón” (que nunca hablaba
en primera persona), quiero preguntarte
acerca de tu “ausencia” en esos diálogos.
JAN.-
Esa me parece una pregunta también muy interesante, y en la que, lo confieso,
no he reflexionado hasta ahora demasiado por lo que se refiere al blog. Siempre
he disfrutado mucho (también sufrido) leyendo los diálogos de Platón, ¡y los de
Luciano, por cierto!, y después he disfrutado mucho también escribiendo en esa
forma (los dos libros que he publicado en papel se titulan Diálogos de Filosofía y Diálogos
de Educación, aunque no tienen el carácter divulgativo de cavernisofía). Y
he pensado a veces, pero más bien en abstracto, acerca del por qué el diálogo
es tan adecuado a la filosofía. Y creo que la razón está en algo que ya se ha
dicho a veces pero quizás no se ha asumido lo suficiente: la filosofía es dialéctica (y esta es la misma palabra
que ‘diálogo’), es decir, los asuntos que trata nunca tienen una solución
limpiamente unilateral, sino que siempre implican a su otro, y “la verdad”
está, más bien, en el todo. Este es, por una parte, el escándalo de la
Filosofía (no produce acuerdo unánime, “no hay nada lo suficientemente loco
como para que no lo haya sostenido algún filósofo” -dijo alguien-), pero yo
creo que es también su virtud: ¿recuerdas algún tema interesante en el que haya
una solución clara y unilateral? Ni en arte, ni en política ni en la vida
cotidiana existe algo así, creo yo. Desde luego, una de las cosas que más
asombra a los alumnos, cuando tenemos éxito en nuestro enseñar a filosofar, es
que todas las filosofías le parecen la verdadera, o al menos muy razonables,
cuando están dentro de ella, y un evidente error e incluso un absurdo cuando
están en otro filósofo. Como profesor de filosofía, siempre me he propuesto
eso, es decir, dejarme poseer lo más posible por cada pensador hasta hacerlo plenamente
convincente (para mí en primer lugar: me vuelvo casi literalmente nietzscheano
por primavera, tras un otoño platónico y un frío pero sano invierno cartesiano),
y eso es llevado al límite en el diálogo, donde ellos son confrontados
directamente y resultan tan convincentes como errados en el mismo momento: eso
es, creo yo, lo que me lleva a esa falta de reverencia de poner en su boca
palabras mías (y algún alumno, en alguna ocasión, se ha confundido y creído que
eran palabras del “verdadero” autor que leíamos). No obstante, a la vez,
quienes me conocen de cerca dicen que me ven en todos los personajes, por
dispares que sean. Esto me parece bien, aunque ocurra sin haberlo pretendido:
como te decía antes, creo que un cavernísofo tiene que ser a la vez todas las
ideas y ninguna de ellas, imitando así al propio Logos que, según Heráclito, es
uno y común, pero se manifiesta de maneras diferentes, como el fuego en los
aromas según el incienso que quema.
AR.-
Querido Juan Antonio, tu respuesta me parece realmente preciosa. Tanto que bien
podría servir para cerrar esta breve entrevista de la que hemos aprendido
tanto. Si acaso, te querría preguntar antes de finalizar por esos libros que
has mencionado. ¿Qué nos esperaría de su
lectura a los que nos hemos enganchado ya a la cavernisofía y nos sentimos
plenamente cavernísofos?
JAN.-
Muchas
gracias por tus palabras, Alejandro, y por vuestra atención a cavernisofía-segunda-planta,
que me ayuda a renovar las fuerzas para seguir jugando en ella con mis alumnos
y con todos vosotros (¡no descarto que aparezcáis en alguno de esos diálogos!).
Respecto de mis libros, creo que, en cierto modo, podrían decepcionar a algunos
de los cavernísofos que en el mundo han sido, pues no están pensados para un
lector adolescente, aunque, desde luego, tampoco contra él (conozco algún
profesor que los usa parcialmente en sus clases… -¡y no soy yo, que, de hecho,
no me conozco!-), sino que he intentado en ellos exponer mi propia visión
filosófica y pedagógica. Eso sí, mediante el diálogo y sin apenas tecnicismos
ni referencias muy específicas. Resumiendo mucho -para que los lectores se
puedan evitar su lectura o bien se vean obligados a ella-, lo que digo allí es
que la filosofía, esto es, el pensamiento que quiere ir al fondo o “esencia” de
las cosas, se vería obligada a reconocer, como decía antes, que la verdad no
está en una posición unilateral (en el racionalismo o en el irracionalismo, en
el espiritualismo o en el materialismo, en la ética de la justicia o en la del
placer…), sino que cada una tiene sus virtudes y sus problemas o “aporías”, de
manera que el pensamiento está “condenado” (gustosamente condenado) a dar
vueltas desde Platón a Nietzsche, por ejemplo, pasando por Aristóteles, Kant y
todos los demás: es dialéctico. Pero también sostengo que, de entre los
diversos caminos, no todos tienen exactamente el mismo peso o “valor”, sino que
la verdad está más del lado de lo racional que de lo irracional, de la unidad
que de la multiplicidad, de la justicia que del interés particular: es
analógica. A esto lo llamo también el “amor” en las cosas, que tiende, como
decía Empédocles, a unir, pero no matando a la diferencia, sino haciéndola
“armonía de los contrarios” en una unidad superior. La educación, por su parte,
que concibo de manera socrática, tendría que ayudar a sacar de nosotros,
razonando más que culpabilizando, eso para lo que tenemos una inclinación
“natural” o esencial, o sea, comprender, amar…, y que, por ignorancia
convertimos a menudo en incomprensión y odio. Cavernisofía no sueña, en el
fondo, con otra cosa que con ser un no muy indigno ejercicio socrático.
AR.- Comparto desde luego el sueño de cavernisofía y
su visión de la educación. Sin
duda estamos ante una “ruta” que podría cambiar el modo como actualmente
enfocamos la docencia en los centros de secundaria e incluso el modo como
actualmente "se ve" la filosofía. Y no para que se conviertan en “buenas escuelas
de filosofía”, sino para que se permitan y fomenten los rayos o destellos de
creación de los que dice Blas que (el personaje de uno de sus libros; juzguen ya
vosotros qué hay o no de Juan Antonio aquí) “han existido de milagro, pese a
la escuela". Esta cavernisofía
es un viento de aire fresco que sin duda hará encender las brasas de una
regenerada pasión por la filosofía que tanto cuesta encender entre los jóvenes,
aburridos de tanta escuela y abrumados por la primacía actual de saberes
aparentemente más prácticos que a menudo acaban por apagar esos destellos de
los que hablaba “Blas”.
Muchas gracias querido Juan Antonio por compartir este tiempo y espacio con nosotros. Ha sido un verdadero placer pasarlo contigo. Espero que los posibles lectores hayan disfrutado tanto como yo.
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