"nos encontramos con rigurosas exigencias en cuanto a notas al pie de página, bibliografía, formato, etc., como si esto fuera lo esencial y olvidando, o ignorando, a grandes pensadores enemigos de la formalidad –Nietzsche, Wittgenstein, Cioran, por nombrar solo unos pocos–, el filósofo se convierte entonces en alguien que escribe para la academia y cuyo objetivo no es aproximarse tanto como le sea posible a la muy esquiva verdad, sino más bien acumular papers para su currículo."
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